A finales del siglo XVIII e inicios del XIX, Europa asistió a un gran avance
tecnológico, resultado directo de los primeros momentos de la Revolución Industrial y
de la cultura de la ilustración. Fueron descubiertas nuevas
posibilidades constructivas y estructurales, de forma que los antiguos
materiales (cómo la piedra y la madera)
pasaron a ser sustituidos gradualmente por el hormigón (y más tarde por el hormigón armado) y por el metal.
Paralelamente,
profundamente influenciados por el contexto cultural de la ilustración europea, los arquitectos del siglo XVIII pasaron a rechazar la religiosidad intensa de
la estética anterior y la exageración lujuriante del Barroco. Se buscaba una
síntesis espacial y formal más racional y objetiva, pero aún no se tenía una
idea clara de cómo aplicar las nuevas tecnologías en una nueva arquitectura.
Insertados en el contexto del Neoclasicismo en las
artes, aquellos arquitectos vuelcan en la arquitectura para los nuevos tiempos
el ideal clásico.
El Neoclasicismo no
pretendió, de hecho, un estilo nuevo (diferente del arte clásico renacentista).
Era mucho más una re interpretación del repertorio formal clásico y menos una
experimentación de esta formas, teniendo como gran diferencia la aplicación de
las nuevas tecnologías.
El Capitolio de Washington, ejemplo de neoclasicismo arquitectónico
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