El Barroco surge en el escenario artístico
europeo en dos contextos muy claros durante el siglo XVII: de entrada había la sensación de que, con el
avance científico representado por el Renacimiento, el Clasicismo, aunque hubiera ayudado en este progreso, no estaba
en condiciones de ofrecer todas las respuestas necesarias a la dudas del
hombre. El Universo ya no era el mismo, el mundo se había expandido
y el individuo quería experimentar un nuevo tipo de contacto con lo divino y lo
metafísico. Las formas lujuriantes del Barroco, su espacio elíptico,
definitivamente anti euclidiano, fueron una respuesta a estas necesidades.
El segundo contexto es la contra reforma promovida por la Iglesia Católica. Con el
avance del protestantismo, el antiguo orden cristiano romano (que, en cierto
sentido, había incentivado el advenimiento del mundo renacentista) estaba
siendo suplantado por nuevas visiones de mundo y nuevas actitudes ante lo
Sagrado. La Iglesia sintió la necesidad de renovarse para no perder los fieles
y vio en la promoción de una nueva estética la oportunidad de identificarse con
este nuevo mundo. Las formas del barroco fueron promovidas por la institución
en todo el mundo (especialmente en las colonias recién
descubiertas), haciéndolo el estilo católico, por excelencia.
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